Arturo Pérez-Reverte
Me lo comentó el otro día una profesora que
trabaja en un colegio laico, mixto, de excelente nivel y prestigio. Con
vitola
culta y liberal. De los veintitantos niños de ocho a nueve años que
tiene en su
clase, sólo dos cursan Religión como asignatura optativa. Y en el resto
del
cole, más menos. Casi todos los padres eligen para sus hijos algo
llamado
Alternativa. Eso me picó la curiosidad. Lo mismo me da para insultar a
alguien
el próximo domingo, me dije. Que en los últimos artículos me he
amariconado
mucho. Así que esta semana hice algunas preguntas y obtuve, como veía
venir,
apasionantes respuestas. Y conclusiones. La principal, básicamente, es
que lo
mismo con el Pepé, con el Pesoe o con la madre que nos parió, esto va a
seguir
siendo una puñetera bazofia para analfabetos. Porque seamos justos. Ni
siquiera
podemos echar la culpa a los planes infames de educación que unos y
otros nos
llevan asestando desde hace tiempo. Los primeros responsables, los
culpables son
los mismos papis. O sea. No sé si me explico. Somos nosotros.
Imagino que a
estas alturas de la página y sus titulares algún simple habrá pensado:
vaya
carca, el amigo Reverte, pidiendo el catecismo para los niños. Pero no
estoy
hablando de eso. Cuando lamento que los padres elijan para sus niños
Alternativa
en lugar de Religión, no añoro doctrina cristiana ni encaje de bolillos
teológico. A mi juicio, la asignatura de Religión debería ser un espacio
donde a
un niño se le dotara de los mecanismos culturales adecuados para
comprender el
peso y papel de las religiones en el mundo: Islam, budismo, etcétera. Lo
que se
trajina. Lo que hay. Y también, naturalmente, el Cristianismo y el peso
indudable que la Iglesia Católica, para bien y para mal, ha tenido en
veinte
siglos de civilización y cultura europea. En las bases de lo que algunos
aún
llamamos Occidente. Lo mismo que la cultura clásica, el Renacimiento o
la
Ilustración: somos Homero, Platón y la Enciclopedia tanto como los
Evangelios y
la Biblia. A ver de qué manera van a poder interpretar las claves de esa
cultura
europea, disfrutarla y aprovecharla, chicos a los que se limita la
posibilidad
de conocer sus raíces elementales. Su sedimento de siglos. Por poner un
ejemplo
fácil: de qué le sirve a un joven visitar el museo del Prado si
desconoce los
mitos y personajes que figuran en la mayor parte de los cuadros.
Hagan una prueba. Yo la hice, y todavía me tiemblan las manos. Pregunten
a una docena de
chicos de quince años, formados en esa ESO nefasta que nos legaron los
infames
Maravall y Solana, con la complicidad posterior de tanto idiota y/o
cobarde
responsable de Educación -que cada uno se adjudique el adjetivo
adecuado- y el
remate de los analfabetos que legislan desde Bruselas, cómo se tomaba la
vida
Job, qué lamentaba Jeremías, qué es multiplicar panes y peces o qué
efecto
produjeron las trompetas de Jericó. Aunque tampoco crean ustedes que lo
de
Religión es para tirar cohetes. Que eso garantiza nada. En este mundo
descafeinado y edulcorado que ofrecemos a las criaturas, algunos
consideran que
ya han cumplido con ponerle el Moisés de Disney a los niños. Los más
osados van
por ahí, figúrense, por ese registro de perfil bajo: pajaritos y flores
en el
Edén, Ruth y Booz bailando entre espigas de trigo, José perdonando a los
hijoputas de sus hermanos. Cosas así. A ver qué profesor tiene huevos,
con los
papás y los políticos y la sociedad de ahora, a contarles a los niños
que Judith
degolló a Holofernes tras echarle un polvo, que Noé no habría pasado un
control
de alcoholemia, que Abraham quiso dar matarile a su nene, o que Sansón,
ciego
por culpa de un malvado putón verbenero -me sorprende que las
ultrafeminatas
radicales no hayan exigido todavía borrar tal episodio de la Biblia-, se
suicidó
llevándose por delante a toda la peña de filisteos y filisteas. Que ésa
es
otra.
Pero bueno. Ni siquiera Disney, oigan. En lugar de aprender esas y
otras cosas apasionantes o divertidas en clase de Religión, los niños
van en
masa a la de Alternativa, a tocarse las pelotillas -o su
correspondiente, las
niñas- haciendo manualidades y chorradas. Perdiendo el tiempo de forma
miserable. Eso sí: disfraces y fiestas de primavera, de verano, de
otoño, de
invierno, Halloween y cuanta estupidez se ponga a tiro, no se pierden ni
una.
Hasta el pavo de Acción de Gracias empiezan a comer en algunos colegios
-que hay
que ser gilipollas- aunque los enanos no tengan ni idea de qué
agradecer, ni a
quién. Por lo demás, sobre la asignatura de Alternativa puedo citar un
ejemplo
cercano, certificado: el curso pasado, a una sobrina mía -este año sus
padres,
agnósticos y de izquierdas, la han apuntado a Religión- le enseñaron a
jugar al
bingo.
Fuente:
http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/20121216/abraham-sanson-dalila-4309.html